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La gastronomía descubre lugares maravillosos

Cada lugar tiene su historia, y la gastronomía forma parte de ella. Los diferentes gustos y sabores que conforman la ciudad te envuelven y hacen perderte en ella, queriendo probar todo lo que te ofrecen sus calles .


02/01/2018

Andrea Soriano. Vic

Los días más habituales aquí son los días como hoy. Encapotados, fríos, grises. Solitarios. Aun así, salgo a pasear. En cierto modo es uno de los encantos de este lugar en época de invierno, aunque debas abrigarte prácticamente hasta que solo te queden los ojos al descubierto.

Empiezo a perderme entre calles. Qué bonita la Plaza Mayor. Es el único punto en el que siempre hay vida. En esta época, el abeto situado en el centro de la plaza la hace mágica (en especial de noche, iluminado con luces azules). Aquí la gente no tiene prisa, disfrutan de poder hacer las compras de Navidad rodeados de un montón de edificios de diferentes estilos arquitectónicos. Núria, una madre joven, me explica que después de comprar los regalos para su pequeño, aprovechará para comprarle la merienda en la panadería Franquesa. Las “Coques de Perafita” no fallan, dice. Son esas cocas esponjosas, en las que lo único que cruje es azúcar al masticar. Dulces y en ocasiones, rellenas de chocolate. Ese chocolate cremoso e intenso con algunos tropezones que se deshacen y llenan la boca con el primer mordisco.

Cruzo la plaza y me adentro por las calles típicas de pueblo de montaña, pasando por el Ayuntamiento. La señora Montserrat me saluda en la plaza del Pes. Preciosa, aún decorada con el árbol de los deseos del Mercado Medieval. Una plaza con dos charcuterías muy particulares. En una, los fuets, chorizos y los históricos salchichones de Vic cuelgan a la entrada del establecimiento, aromando toda la plaza. Una mezcla de olores a embutido que rápido hacen recordar a su sabor jugoso, tierno, aceitoso y acentuado a causa de la neblina en la que se secan. Olores que hacen recordar a los tropezones de especias que contienen, como la pimienta, aportando ese toque picante que hace que tiemble la lengua. Ahí es, precisamente, donde se dirige la señora Montserrat, para comprar la cena de esta noche, en las que sin duda acompañará el pan tostado con aceite y tomate con los embutidos más frescos. A su marido le encantan esas cenas sencillas, confiesa.

¡Qué amable la gente de aquí! Te paran, saludan, preguntan y hablan contigo como si te conocieran de toda la vida. La amabilidad que encontrarías en un pueblo. Sigo adentrándome en el casco antiguo. Anoche llovió y aún los charcos abundan en las callejuelas. Disfruto del olor a humedad que se mezcla con el de la comida de los diferentes establecimientos. No hay nadie en la calle. Paso por delante del convento de clausura. “Es ven pa d’àngel” dice un cartel que reza en la entrada. Dentro, una señora mayor, cuyo nombre no quiso decirme, me explicó que es la masa que sobra al recortar la figura de la hostia consagrada. Una especie de pan, sin sal, sin harina, con poco sabor. Tiene una textura suave y prácticamente se deshace en la boca. Algo curioso es que la encargada de darme la bolsita con el “pa d’àngel” ha sido una hermana con quien no he podido tener ningún tipo de contacto. Qué contenta se ha puesto la señora al ver que alguien se interesaba. Sin duda, algo de lo que este lugar puede presumir es de la amabilidad de sus gentes.

Hace frío. Y aire. Así que sigo bajando la calle, en dirección a la Plaça de la Pietat pasando por delante del Museo Episcopal. Llama mucho la atención ver una plaza tan grande tan vacía. Empieza a chispear. Unas luces rosas de neón y un aroma caliente me llaman la atención. ¿Qué mejor que un chocolate caliente en un día así? Es el 80’s Spirit, un bar ambientado en los años 80. Dentro, las butacas altas de color rojo intenso llaman la atención. Resulta muy agradable tomar un chocolate caliente escuchando de fondo grandes estrellas del rock de la época. El sabor dulce y la textura espesa del chocolate hacen entrar en calor casi al instante. Ese chocolate que deja la boca pastosa pero con ganas de más. Desde dentro, se puede ver el Templo Romano. Precioso y con un peculiar reflejo gris a causa de las nubes que cubren el cielo.

Y así sigo paseando hasta llegar de nuevo a la plaza mayor. Y no puedo evitar deleitarme con el aroma que desprende cada una de las panaderías, charcuterías e incluso tiendas de chuches que me cruzo de camino. Regreso. Regreso disfrutando de los olores tan diferentes que me regala cada calle. Disfrutando de la gente. Del frío, las nubes, la humedad y los charcos. Disfrutando de Vic.

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